miércoles, 24 de noviembre de 2010

ALGUNAS HISTORIAS DE CASAS ENCANTADAS EN SANTIAGO


El poder de las trenzas y los gatos

A los Villegas todo les comenzó con duendes. Las cosas se perdían inexplicablemente o cambiaban de lugar, y Matías, el menor de los hermanos, ya no podía cargar con las culpas de travesuras. El experimento para sorprender a los “maldadosos” consistió en soltar porotos en repisas y en las partes más altas de los muebles. A la mañana siguiente, los porotos desordenados amanecieron formando círculos y líneas perfectas.

Según un libro de ciencias ocultas la trampa era infalible, y el resultado era asimismo evidente: La casa estaba “llena de duendes”. Pero como en el texto no existía capítulo alguno destinado a las medidas para deshacerse de ellos, los Villegas siguieron su vida sin prestar mucha atención.

Años más tarde, la situación cambió. A la despedida de una nana descrita como “media loca” por los integrantes de la familia, eventos extraños volvieron a ocurrir. Las estructuras de la casa ubicada en Reina Victoria con Monseñor Edwards empezaron a ceder, y la lluvia los hizo presa fácil del invierno. Los problemas se acrecentaron de tal manera que el padre se enfermó y finalmente la familia perdió la propiedad.
Ruidos extraños, vasos que cambiaban de lugar y cadenas del baño que funcionaban solas resultaban comunes para el padre y los dos hijos mayores. Alexis, el jefe de hogar, recuerda en especial una ocasión en que se encontraba solo. Felipe, su hijo mayor, regresó cerca de la medianoche, abrió y cerró la reja, luego la puerta principal, dejó las llaves en un cenicero y subió las escaleras con un paso más pesado de lo normal. Al percatarse de que las luces de afuera seguían encendidas, Alexis le gritó a su hijo que bajara a apagarlas, pero nadie respondió. Otra vez, y nada. Cuando enojado fue a buscarlo notó que en realidad nadie había ingresado, y que aquellos ruidos que tan detalladamente llegaron a él, no habían sido provocados por persona alguna.

Tiempo después los Villegas descubrieron un singular moño de cabellos trenzados oculto en una maleta. Los sucesos los atribuyeron a brujería de la nana loca. Aún no dan con ella, y al parecer, no tienen ni la más mínima intención de ubicarla otra vez.

La casa de los Agliati, por su parte, está llena de gatos. En este caso Elga, una felina blanca y con problemas de sobrepeso es la que, al pasar más tiempo junto a su dueña, Bernardita, ha podido rastrear con cierta destreza algunas presencias. Cuando el televisor se apaga y se enciende solo, lo que puede resultar bastante aterrador después de un éxito de taquilla como fue la película “El aro”, cuando la luz se atenúa y alguien parece caminar e incluso detenerse y respirar detrás de Bernardita, Elga sigue la mirada del ser invisible, hasta que se pierde al otro lado de la puerta. Esto ocurre en aquella vivienda de Arturo Medina con Montenegro, donde la abuela de Bernardita crió a sus hijos “no de la manera más sana y cariñosa”.

“Creo que es el espíritu de la Ema (abuela), el que viene a molestar. Pero nadie más en mi casa lo percibe. Trato de no darle mucha importancia, si se prende la tele, la apago sin pensar en eso. Es mejor tratar de no preocuparse, para poder estar más tranquila”, sostiene Bernardita.

La antigua Escuela de Periodismo

A poco más de dos cuadras de Plaza Italia, en Belgrado 10, ó también conocida como calle José Carrasco Tapia, se encuentra la antigua Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. El edificio, que consta de tres casas de dos pisos, un subterráneo y disparejos tonos rosados, fue durante el régimen militar un cuartel de la Dirección de Inteligencia, DINA. La historia era suficiente como para que se tejieran sórdidos cuentos de espíritus y almas en pena, pero para don José Banderas, la realidad va más allá.

Por más de ocho años se desempeñó como cuidador de la casa de estudios, tanto en turnos diurnos como nocturnos. Era precisamente en estos últimos, cuando la ausencia de alumnos motivaba unas presencias poco amistosas. Todo comenzó mientras limpiaba el baño, y por el espejo observaba como un hombre caminaba detrás de él, con una silueta más transparente que sólida, hasta perderse al atravesar la pared.
“Ahí me asusté, pero después uno ya se acostumbraba a las cosas extrañas. Una vez era tarde, ya estaba todo cerrado, yo me estaba dando una vuelta y siento como alguien viene bajando la escalera mientras patea un tarro. Se sentían los pasos en la noche, la lata se escuchaba chocar con los escalones, el suelo, y caer hasta el subterráneo. Aunque el ruido pasaba junto a mí, no se veía nada, no había nadie”, asegura don José y lo hace en el nombre de Dios, la virgen y los santos.

Sabe que hay mucha gente que inventa historias, por eso él se respalda en las autoridades celestiales al relatar cada una de sus experiencias. Don José dejo el edificio de Belgrado y ahora custodia la entrada de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad.

El restaurante de La Quintrala

La Plaza de las Agustinas es un restaurante bastante concurrido al almuerzo. El estar ubicado en lugar tan céntrico como es Estado con Agustinas le permite ser destino habitual de los oficinistas del centro. A pesar de sus tonos rosados, amarillos y verdes, se aprecia un ambiente distinto, los colores no ayudan a paliar cierta sensación escalofriante.

¿Sugestión? Tal vez. Y no es tanto por estar empotrado en el subterráneo del edificio La Quintrala, sino que probablemente porque el nombre del inmueble no es casualidad. Aquel terreno era casa de Catalina de los Ríos y Lisperguer. Específicamente, correspondía a las caballerizas y al lugar en que dormían sus esclavos.

Víctor Arce lleva quince años desempeñándose como mozo, por lo que los hechos fuera de lo común se le han tornado tan cotidianos como la comida. “Más que ver cosas, acá lo que sucede es sentir, y ser testigo de sillas que caen de la nada, mesas que se corren solas o puertas de nuestros casilleros que se abren solas. Al principio igual me daba un poco de miedo, pero ya no”, relata.

El bodeguero Marcelo Sánchez  trabaja hace 20 años en el restorán y contó que el lugar fue construido sobre la caballeriza de la rica heredera de los valles de La Ligua y Longotoma. Según Sánchez, el sitio está repleto de ánimas que cada cierto tiempo apagan las luces, mueven las copas, gimen como si La Quintrala los azotara. ”Los entendidos dicen que acá La Quintrala mataba a los sirvientes con los que tenía intimidad. Por eso que hay almas que todavía no descansan y están presentes”, dijo.

Debido a su "pega" (trabajo)  el bodeguero debe almacenar productos hasta bien entrada la noche, por lo que ha sido testigo ene veces del fenómeno paranormal. “Son espíritus que mueven cosas o hacen ruidos. Son bien juguetones y a veces se siente que caminan, corren o hacen sonar un manojo de llaves”, agregó. La portera Rosita Aguilera  contó que una vez “sentí una mano que me empujaba la cabeza hacia abajo… y no había nadie. Me dio escalofríos. Casi me muero del espanto”.

Gentileza de: Josep de Santantoni

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