Una creencia contraria a la razón, una fe desmedida o una valorización excesiva respecto de algo, es decir, una superstición. ¿Podría ser útil?
No hay superstición que no haya nacido de alguna necesidad humana, generalmente del desconocimiento o de la credulidad. En los albores de la historia de la humanidad se explicaron los fenómenos complejos con causas simples, muchas veces absurdas e ilógicas. Al menos desde una perspectiva contemporánea, tras el avance del saber y la extensión de la educación.
“El nacimiento de la ciencia fue la muerte de la superstición” sentenció el biólogo Thomas Henry Huxley. Sin embargo, todavía perviven muchas, supersticiones en todas las culturas y civilizaciones, principalmente entre la gente sencilla o demasiado candorosa. Incluso el mismo Kant apuntaba que “la superstición es la poesía de la vida” Naturalmente se refería a lo espontáneo, cándido e imaginativo de creer, por ejemplo, que una herradura protege a su dueño.
Lo cierto es que existen amuletos que incitan a la buena suerte y conjuros que llevan a la desgracia. Entre los fetiches que conjuran a los malos augurios están ponerse un cinturón de seguridad en los coches, beber agua (no hace falta que sea bendita, pero sí que sustituya al alcohol), coger un libro y leerlo, apartar el tabaco y todo lo que se fuma. Y entre los gestos que traen mala suerte pueden citarse malgastar en loterías (tras pérdidas económicas a casi todos), decir palabras malsonantes y más si van dirigidas a otros, usar la violencia o meterse en peleas, sobrepasar los límites de nuestra capacidad (conduciendo, bebiendo, comiendo o creer en tonterías de timadores o curanderos en vez de escuchar a médicos y científicos.
Mikel Agirregabiria Agirre
Fuente: El Nuevo Herald
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