PIRATAS EN CHILE
Siete grandes expediciones
holandesas recorrieron las costas de nuestro país. En un comienzo, la principal
motivación de los expedicionarios fue encontrar una nueva ruta comercial que
les permitiera llegar hasta las islas Molucas y adelantarse así en la carrera
mercantil. Entre las nuevas rutas comerciales, los holandeses descubrieron el
Estrecho de Le Maire y el Cabo de Hornos (Kaap Hoorn). Resuelto este objetivo,
la acción de los viajeros se dirigió a desarticular el comercio entre España y
sus colonias.
Grabado de Oliver Van Noort, estuvo a cargo de la segunda
expedición de holandeses que pasó por Chile, 1598-1601.
Las actividades de los
corsarios holandeses a través las costas de Chile, se dirigieron no sólo a la
captura de galeones comerciales y el contrabando de mercancías, sino también
incluyeron un intento de colonización en Valdivia e, incluso, una alianza con
los mapuche.
La isla de Chiloé fue la base
de operaciones de los corsarios holandeses; desde allí organizaron los ataques
a los diferentes puertos de la Capitanía General de Chile. Las incursiones
continuaban en las costas del Perú, buscando los galeones españoles que
llevaban hacia la metrópoli todas las riquezas del virreinato.
Después de la expedición de
Hendrick Brouwer (1642-1643), los españoles avecindados en Chile pidieron
refuerzos al Perú, y ya apertrechados, esperaron un nuevo ataque que nunca
sucedió.
Casi un siglo después, Jacobo
Roggeveen, luego de merodear por nuestras costas, emprendió rumbo hacia el
oeste. Un día de abril de 1722, fecha en que se celebraba Pascua de
Resurrección, el corsario holandés, por azar, llegó a una isla en medio del
océano, bautizándola como Isla de Pascua. Esta fue la última expedición de la
cual se tenga noticia de navegantes holandeses en territorio chileno.
Las incursiones holandesas no
dieron los frutos esperados: nunca capturaron un botín importante como
esperaban, ni tampoco consiguieron establecerse y formar una colonia, debido a
que no contaron con un decidido apoyo de los mapuches. En suma, el peor daño
que hicieron a la corona española, fue obligarla a empeñar las riquezas de sus
colonias en gastos de defensa. Pero, sin duda, la principal contribución de
estos aventureros navegantes fue su aporte al conocimiento geográfico y
etnográfico de las regiones meridionales.