EL DUENDE DEL CAMINO A LA
CASA DE SALUD
Las historias de duendes siempre han
estado presentes en el Cajón del Maipo, dicen que esos seres conviven con
nosotros. La tradición cuenta que son niños de poca edad robados por el demonio
para ponerlos a su servicio. Casi siempre son usados para cuidar de riquezas
que hay en la tierra y que el diablo quiere para sí.
Los duendes se caracterizan por tener un
pequeño tamaño, un vestuario medieval, con zapatos alargados, grandes orejas y
un sombrero que apenas deja ver su cara. Hacen sonidos guturales que no son de
esta tierra y se esconden de los humanos. Dicen que los hay buenos y
juguetones, y malos y tenebrosos.
Esta es la descripción que me contó mi
abuela cuando se le apareció uno en la subida a la Casa de Salud. Corría el año
1954. Ese camino en la noche era una boca de lobo y los peñascos hacían
tropezar a cada rato, se agradecía cuando la luna tiraba su reflejo por ese
lado. Los árboles hacían que pareciera más oscuro y al moverse dibujaban en las
sombras figuras tan espeluznantes que era mejor caminar rezando.
La gente decía que no se debía transitar
solo por aquel camino porque aparecía un duende que agarraba a peñascazo limpio
y dejaba malheridas a las personas, pero mi abuela no tenía opción: sus hijos
la esperaban con la comida que ella llevaba en dos tarros colgando en sus
manos. Diariamente ella subía por aquel camino, cansada, con sus ropas pasadas
a frituras, con el sudor impregnado en la piel después de haberles cocinado a
los hombres del pueblo, que almorzaban en el mítico restaurant Colo-Colo.
Mientras tanto sus hijos, cuidados por su chiquilla mayor, esperaban que la
madre que los había criado sola llegara a regalonearlos (*) aunque su espalda y su
corazón estuvieran rotos.
Con miedo y encomendándose a Dios, uno de
esos días emprendió la ruta y a mitad de camino empezó a sentir un chillido.
Entre las hojas vio que un animal se movía. Se asustó, pues no sabía de qué ser
se trataba, y empezó a echarle un par de garabatos y entre medio se le salía un
"cuídame, madre mía". Se puso a correr, pero sentía que el ser la
seguía y empezó a sentir peñascazos a su lado, y ahí se dio cuenta de que era
el duende. Corrió y corrió por el camino, pero con los tarros que llevaba en
sus manos se enredó y se desplomó en el piso. No le dolían las heridas pero sentía
la sangre correr por sus piernas. Se acordó entonces de las doce palabras
redobladas que había aprendido y las dijo como pudo entre las piedras que el
duende le tiraba, que poco se iban disipando… Como pudo se paró y corrió a su
casa. Iba toda entierrada (**) sangrando sus rodillas, con lágrimas en los ojos, y
al contar lo sucedido rezaron todos para que ese ser volviera a las entrañas de
la tierra, de donde provenía.
Al otro día fueron a la iglesia y
pidieron al párroco que viniera a santiguar el camino. El cura agarró agua
bendita y diciendo palabras en latín corrió a ese mal espíritu… aunque dicen
que cada cierto tiempo se aparece para asustar a los transeúntes, pues han oído
sus quejidos.
La tradición cuenta que los jesuitas
dejaron mucho oro enterrado en el Cajón de Maipo y uno de los lugares sería
este camino, por eso Don Sata cada cierto tiempo manda a cuidarlo, y lo mueve
de vez en cuando para que ningún vivaracho se lo agarre y se enriquezca.
Cecilia Sandana González
Profesora de Historia y Geografía
Fuente: El Dedal de Oro, Nº 63 - Año XI, Verano 2013
Cajón del Maipo - Chile
(*) Mimar con cierta exageración
(**) Con ropas llenas de polvo
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