Procedente de una familia humilde en la que sólo entran 3.000 takas (35
euros) al mes, Bajandar supo que su dolencia requería de una asistencia médica
más avanzada
Abul Bajandar quiere abrazar a su hija. No lo ha hecho
nunca desde que la pequeña nació hace tres años, y si no fuese por el complejo
proceso quirúrgico que le costea el gobierno de Bangladesh, no lo podría hacer
jamás. La razón está en la epidermodisplasia verruciforme que Bajandar comenzó a sufrir hace una década, cuando tenía 15 años.
Se convirtió entonces en el tercer caso conocido en el mundo, y pronto descubrió
que su vida iba a convertirse en un drama. “Las verrugas me empezaron a salir
en el pie derecho. Al principio no le di mucha importancia, pero comenzaron a
ganar tamaño y se reprodujeron en una rodilla. Entonces me preocupé”, recuerda
en la habitación que ocupa en el Hospital Universitario de la capital
bangladesí, Dacca.
“Al principio fui a un curandero que me recetó
remedios homeopáticos, pero no dieron ningún resultado. Así que, como no podía
trabajar y en mi familia sólo mi padre está empleado —es conductor de los
triciclos motorizados que hacen las veces de taxi—, tuve que ponerme a mendigar
para buscar tratamiento”. Procedente de una familia humilde en la que sólo
entran 3.000 takas (35 euros) al mes, Bajandar supo que su dolencia requería de
una asistencia médica más avanzada. Así que decidió sacar provecho de la
curiosidad que provocaban sus raíces y viajar a India con las ganancias. “Allí
estuve tomando medicamentos prescritos por un médico durante tres años”. Un
tiempo en el que las verrugas no cesaron de crecer.
Abul Bajandar
es el tercer caso conocido el mundo de epidermodisplasia verruciforme que
comenzó a sufrir hace una década, cuando tenía 15 años. Z.A.
Así, no es de extrañar que Bajandar, en un ataque de
desesperación, tratase de cortárselas por su cuenta. “Me frustré mucho un día
que no conseguí vestirme la camisa. Y como no tengo sensibilidad en las
verrugas, creí que sería capaz de cortarlas por mi cuenta”. Pero entonces
descubrió que el dolor lo sentía “más adentro”, y fue incapaz de continuar con
su propia amputación. “Al final el médico me dijo que la única salida era la
cirugía, un proceso que no podría pagar ni ahorrando varias vidas. Solo me
consolaba el hecho de que las verrugas no se extendieron por otras partes del
cuerpo, pero cada día me miraba en el espejo con miedo de ver una en la cara”.
Afortunadamente, no todo ha sido negativo en la vida de Bajandar. Incluso después de sufrir su extraña dolencia. De hecho, cuando las verrugas ya lo convertían en el hazmerreír del pueblo, y en el objeto de las pesadillas de los niños, Bajandar conoció a Halima. “Al principio reconozco que sentí pena por él. Quizá eso me llevó a trabar cierta amistad, pero lo cierto es que al final nos enamoramos”, cuenta ella, sentada a su lado y atenta siempre a lo que necesitan tanto él como su hija. En un país en el que la mayoría de los matrimonios son concertados, el de Abul y Halima fue por amor y ha resistido “lo que muchos nunca serían capaces de aguantar”.
Fuente: El País
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