SER UNO MÁS ENTRE
LOS BAHÁ'Í: ¿EL PUNTO DE INFLEXIÓN DE LOS SIN FE?
Acompáñenos en un recorrido al interior de una de las
religiones más nuevas del planeta. Y a una celebración de sus creyentes en
Valparaíso. Porque si ya lo probó todo y nada lo convence, quizás ésta pueda
ser su última oportunidad.
Foto: Bahaullah
Aló. "¿Realmente te gustaría conocer la Oración por
dentro?" Al otro lado de la línea -tras mi interés-, uno de sus feligreses
clave en la V Región, Hamid Dehghan-Manshadi, ingeniero iraní con años en el
país, persuade. Y yo a lo mío: medirme a una de las religiones más desconocidas
del Planeta, la Bahá'í.
Pero en él, su pausado timbre vocal llama al sosiego. Sin
más, la invitación de Hamid, quien maneja una imprenta en avenida Colón, que
salió de la antigua Persia a los 19 años para servir a su fe y que tiene cinco
hijos -todos bahá'í-, está cursada.
Hasta hace poco, desconocía la existencia a fondo de esta
doctrina. También la trascendencia de sus templos. Con estos alicientes y la
presencia en Chile del último de ellos, decido empaparme del bálsamo
espiritual. También conocer en persona a sus fieles.
Hablamos de una fe que acaba de inaugurar un apoteósico
templo -el octavo en el Mundo-, el mismo que parece flotar a unos 30 metros por
encima del suelo en plena precordillera capitalina, en el sector de Peñalolén.
Un lugar cargado a las vibras que deslumbra con sus nueve
alas monumentales de vidrio que enmarcan un espacio para que todos sean
bienvenidos a orar. Un lugar que sólo el domingo antepasado registró a más de 4
mil curiosos que ingresaron por alguno de sus nueve intervalos. Porque el nueve
en los bahá'í significa unidad, belleza y perfección.
Lejos de aquel domo cuya luz es capturada desde su cúpula
por paredes de mármol traslúcido al reflejo de una mega fuente -que vimos en
terreno- hoy estamos en Valparaíso.
Desde adentro
Miércoles 2 de noviembre. Pasadas las 18:00, el amplio
salón en el club Alemán porteño en Salvador Donoso congrega a una multitud de
bahá'ís de la zona que bordea las 50 personas. Todas ávidas de regocijo. Y de
paz. Aquí nadie está por sobre el otro. Nadie porta etiqueta o distintivo.
Igualdad, aducen.
De entrada, los abrazos ablandan el camino. Algo similar
a lo percibido hace unas semanas en aquella esfera capitalina de silencio
levantada para la reflexión. La misma que permite respirar calma. Y tal vez
empezar a creer.
La fe Bahá'í tiene una teoría envolvente. En realidad, la
mayoría de las religiones tienen teorías atractivas si no se cuestiona la
iluminación de los que dicen haber sido iluminados. En este caso, afirman que
todos los profetas conocidos a lo largo de la historia, desde Moisés a Buda o
Jesús, todos son la misma persona. Todos son la representación de Dios en
distintos momentos de la Humanidad.
Y el último de ellos es Baháu'lláh (Gloria a Dios).
Algunos ortodoxos deben alucinar con esta afirmación, pero los bahá'ís se
muestran tranquilos. Colaboran con el Consejo de Naciones Unidas, con la
Unicef, y a no extrañarse si en tu comunidad: tienen vocación de servicio.
Los bahá'ís son recatados. Estadísticamente, cuesta
encontrarlos, a no mediar de una medallita al cuello. El Islam anota 1.500
millones de fervientes. El cristianismo cuenta con 1.300 millones de creyentes.
De todos modos, de los seis millones de bahá'ís repartidos por el globo (y que
en Chile representan ya seis mil), hay uno que puede escenificar estos ideales.
Se trata de Sergio Aparicio, quien a sus impecables 89
años, viene de Viña y luce frente a mí tan lúcido como su manual al habla.
Tiene dos hijos.
La primera vez que don Sergio escuchó el llamado fue
entre los "cowboys sureños" (como llama a los huasos a espuela) y al
calor de una cocina a leña en su Temuco natal. Allí proyectaba en su mente un
rascacielos de diseño poco ortodoxo que emergía de una revista que cayó a sus
manos: no era más que el templo Bahá'í de Wilmette, cerca de Chicago, en
Estados Unidos, uno de los tres que hay en América (el otro está en Panamá).
Paréntesis. Los restantes templos están en Alemania,
Australia, India, Samoa Oriental y Uganda. El santuario en la ciudad de Haifa,
en Israel, se debe peregrinar al menos una vez en la vida. Y es allí, en su
centro mundial, en donde se financia esta fe a través de los fondos
internacionales bahá'ís que contribuyen -y redistribuyen- a través de las
donaciones, todas anónimas.
De vuelta, don Sergio -quien peregrinó dos veces a
Israel- comprendió que aquel discurso contemporáneo, el '¡Dios, Uno es!' de la
revista, resumía la esencia de todo. El ADN del ser bahá'í: la unidad de la
Humanidad, la ciencia e investigación libre de la verdad, paz universal por un
gobierno mundial, abandonar prejuicios y supersticiones, igualdad de derechos y
oportunidades entre las mujeres y los hombres, educación universal obligatoria,
abolición de los extremos de pobreza y riqueza, un idioma universal, y el
fundamento de que todas las religiones son sólo una.
"Los nueve lados representan cada una de las
iglesias universales. Entonces, por cualquier puerta que uno ingrese, al final,
se encuentra con un solo salón… o sea, un solo Dios. Eso, más el simbolismo de
la unidad, fue lo que me cautivó", ratifica don Sergio, a pesar que viene
saliendo de una pena: su esposa noruega (también Bahá'í) con 59 años de
matrimonio, falleció.
Sergio Aparicio estuvo en el Congreso Mundial Bahá'í, en
Nueva York, en 1992, con 30 mil feligreses reunidos para el centenario del
fallecimiento del profeta Baha'ú'llah. También es el último miembro de la
Primera Asamblea Nacional de Mujer Bahá'í de Chile que, a propósito, tuvo a la
norteamericana Marta Root en 1919 como pionera en introducir el
"bahaismo" al país.
Para Aparicio, su fe se resume en servir al próximo y
amor a Dios. Su madre, Rosa Caro, fue miembro de la Primera Asamblea Espiritual
Bahá'í de Valparaíso, en la década del '50 y la tercera de Chile (antes las
hubo en Santiago y Punta Arenas).
A su lado, se acerca Hamid Dehghan-Manshadi, mi contacto.
"Cada ser humano debe vivir la religión y su vida en un equilibrio",
añade quien naciera en Teherán y hoy lleva 25 años en Valparaíso. "Aquí nadie
te impone, uno decide. Trabajamos la fe en base a metas", complementa
Hamid con la seguridad de que la vida de servicio es superior a todo.
En la V Región hay movimiento Bahá'í. En promedio,
fluctúa entre 300 y 500 miembros, de acuerdo a Hamid, pero para él, "esta
fe no tiene proselitismo y tampoco le interesa ganar adeptos; solo contar con
gente que se apegue a nuestro nuevo modelo de civilización. Es un capítulo más
de la religión de Dios, que es uno solo, al igual que la religión".
Concepción Vega me desliza sus manos de porcelana. Lleva
60 años como Bahá'í, "el tiempo justo", dice. Es de Valpo pero vive
en Quilpué. Cuenta que ha hecho mucha labor de servicio, incluso en comunidades
indígenas.
La fe bahá'í entre sus creyentes, a primeras, se muestra
transparente, como la mirada que me clava la señora Victoria, de Barón.
"Aquí son todos bienvenidos", me reitera en dicha ocasión. Misma
sintonía que se repite con todos quienes, amistosamente, se acercan para
saludar. Hacerme uno más. Tal vez hasta convencerme.
La ceremonia durará cerca de una hora, y en ella, se
celebrará el natalicio de Baha'ú'llah (en 1817), quien encadenado en aguas
fecales vio la revelación: creyó ser el profeta. De allí al exilio donde fundó
el Bahá'ísmo y su libro de revelaciones. Un día antes, conmemoraron en Viña el
natalicio del antecesor, el Báb (La Puerta): generó una nueva religión
(Babismo, del Islam).
En corto, tras tomar ubicación en una corrida de sillas,
se da la bienvenida. No hay ritos. Luego, se suceden oraciones. A continuación,
se pasa a un asunto devocional (hay música celestial de fondo) para cerrar con
reflexiones. Al final, el ameno y contundente refrigerio.
Rezos Al noreste
Pero es en las oraciones donde nutren la fe. Sus prédicas
van en dirección al noreste donde está la tumba del profeta Baha'ú'llah, en
Tierra Santa. Mientras todos están en pie con la cabeza agachada, nueve
personas, entre mujeres y hombres de diversas edades, leerán salmos. Alguna
cantará. El mensaje es claro: proclaman igualdad, unidad y respeto entre
distintos cultos y distintas razas.
Cualquiera puede animarse a liderar la ceremonia. Pero es
uno, Mo'in, hijo de Hamid, quien toma la palabra delante de todos. También
maneja el power point; con la imagen en pantalla narra la historia de su
religión, el profeta y misión como comunidad por el orbe. Su relato conmueve.
Mucho.
A mi lado, en primera fila para no perder detalle, está
Víctor Herrero, académico, de Santa Inés, casado y con dos hijos. Me susurra
que en Punta Arenas un gringo con un panel que decía 'Un solo Dios, una sola
Humanidad', captó su atención. "Yo era católico. Hoy soy Bahá'í".
Roxana Aedo es de Valparaíso. Joven profesora de inglés,
es Bahá'í de nacimiento por sus padres. "La comunidad Bahá'í de Viña y
Valpo son en su mayoría adultos mayores. En Santiago se agrupan los más
jóvenes: ellos allí sirven en el templo capitalino".
Aedo cuenta que en la zona se reúnen en sus propias casas
o en sedes sociales. La idea es compartir, sin ritos. Esas reuniones se
denominan "fiestas de 19 días". Se realizan una vez al mes (cada 19
días). También cuentan con reuniones devocionales en lugares públicos, como en
el Club Alemán de Valparaíso, jueves, a las 20 horas.
Ahora es turno de la cena. Los manjares al bocado tipo
bufet permite hincarle el diente al tema más allá de lo religioso.
Definitivamente es una atractiva alternativa.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
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