LA PRESIÓN SÍSMICA QUE
SOPORTA LA FALLA DE SAN ANDRÉS
¿Va a producirse un
terremoto gigante en California, con capacidad devastadora? Sí.
¿Va a ocurrir
esta semana? Probablemente, no.
Los habitantes del Sur de California saben cuán
importantes son estas preguntas y sus respuestas.
Son cuestiones que
vuelven a las tertulias de cafetería y a las aperturas de los noticieros
después de que los centros de control sísmico de la zona hayan detectado en un
solo día más de 200 microtemblores a lo largo de una de las líneas de falla que
recorren el suelo desde Salton Sea hasta Bombay Beach. El acontecimiento ha
aumentado la preocupación entre los sismólogos porque los temblores tuvieron
lugar en la cola del la falla de San Andrés, el gigante dormido que
periódicamente despierta con dramáticas consecuencias: ¿se estará ahora
despertando?
La falla de San Andrés
es la frontera deslizante que separa las placas pacífica y norteamericana. De
hecho, parece una gran cicatriz que divide California en dos pedazos
irregulares, desde Cabo Mendocino hasta la frontera con México. Se trata de una
falla transformante, es decir, el borde de un desplazamiento lateral entre
placas. Si las placas se separasen, San Francisco quedaría en una y Los Ángeles
en otra: pertenecerían a continentes diferentes.
Pero, en realidad, San
Andrés no se ha roto. Lleva sufriendo terremotos en serie (a razón de uno cada
20 años aproximadamente) desde 1680. Eso quiere decir que durante siglos la
falla ha recibido un gran estrés sísmico acumulado. Por eso, se sabe que tarde
o temprano esa energía se liberará con toda su violencia.
Aunque la falla no
pasa directamente por San Francisco, el recuerdo de las consecuencias del
terremoto de 1906, de magnitud 7,9 y con más de 3.000 muertos, ha vuelto a la
conciencia colectiva de los californianos. Según datos de la Inspección
Geológica de Estados Unidos, el riesgo de sufrir un terremoto de magnitud 7,0 o
superior pasó de situarse en 1 entre 300 a 1 entre 100 la semana pasada. De
hecho, las máximas alarmas se mantuvieron activas hasta el miércoles.
Para hacerse una idea
de cuán cerca se ha estado de una catástrofe, basta saber que, en un día medio
normal, la probabilidad de que se desate un seísmo de magnitud 7 en esa misma
zona es 1 entre 10.000.
Al parecer, el inusual
enjambre de pequeños temblores registrados esta semana tiene dos efectos
perniciosos sobre la estabilidad tectónica de la zona. En primer lugar, pueden
aumentar la frecuencia de terremotos grandes. En segundo, estos movimientos se
produjeron en fallas secundarias que cruzan San Andrés y trasmiten energía a la
falla madre, poniendo en riesgo su reposo.
En Salton Sea, un lago
salado encima de la falla de San Andrés, se han registrado 142 pequeños sismos.
Una actividad parecida no se registraba desde 2009. Es cierto que, en otras
ocasiones, los microterremotos no han desatado un seísmo mayor, pero... ¿hasta
cuándo se mantendrá la calma tensa?
La cantidad de energía
que desatan estos seísmos pequeños es minúscula en comparación con la estimada
necesaria para un gran desastre. La escala de magnitud de terremotos no es
lineal sino logarítmica. Eso quiere decir que un terremoto de magnitud 7 no
despide el doble de energía que uno de 3,5, sino un millón de veces más. Por
eso no es fácil que un temblor inapreciable, por mucho que se una a otros cientos
de temblores inapreciables, termine generando un terremoto grave.
Pero desde algunos
estudios que se publicaron en 1987, se sabe que la actividad inestable en las
fallas perpendiculares a una principal puede transmitir estrés suficiente para
generar un sismo de magnitud severa.
Además, los pequeños
sismos también pueden generar réplicas que, a su vez, pueden ser más intensas
que los originales.
La última ola de
microterremotos puede que ya haya pasado. Y eso ofrece ciertas esperanzas de
que el temido Big One no está al caer. Pero los californianos saben que viven
encima de un avispero y que han de estar preparados para un temblor severo que,
por fortuna, lleva haciéndose esperar desde ya hace 22 años. Agencias
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