ABUL DEBERÍA SER CAPAZ DE
RECUPERAR TODAS SUS FUNCIONES EN CUATRO O CINCO MESES
Una donación le permitirá construir una
casa a Abul Bajandar. Pero no todos en Bangladesh tienen tanta suerte
Abul
Bajandar es un buen ejemplo de que el refranero puede ser muy certero. ‘No hay
mal que por bien no venga’ es un dicho que le viene como anillo al dedo. Y,
precisamente, esa última expresión no es una ironía, sino un anhelo que el
apodado hombre árbol pronto podrá hacer realidad. Porque este joven bangladeshí
que sufre epidermodisplasia verruciforme, una enfermedad de la que solo se
conocen cuatro casos en el mundo y que cubre sus extremidades de verrugas que
les confieren la forma de ramas de árbol, pronto podrá ponerse por primera vez
el anillo de casado.
No en
vano, acaban de concluir las cinco delicadas operaciones quirúrgicas que han
logrado retirar todas las verrugas, y ahora solo queda el proceso estético que
devolverá sus pies y manos al estado que tenían hace diez años, cuando un
adolescente Bajandar descubrió que no iba a ser una persona cualquiera. Las
verrugas crecieron hasta pesar más de cuatro kilos e inhabilitar de forma
severa los movimientos de este joven que, a pesar del estigma que acarrea esta
extraña dolencia, en los últimos años ha contraído matrimonio con Halima y ha
tenido una hija a la que nunca hasta ahora había conseguido abrazar. Cuando le
retiren los gruesos vendajes que cubren todavía sus brazos, podrá hacerlo por
primera vez.
Y
todo gracias a que su historia dio la vuelta al mundo cuando un periodista de
la agencia AFP conoció su caso a finales del año pasado. Bajandar se dedicaba
entonces a la mendicidad y explotaba su aspecto para lograr que los extrañados
ciudadanos que lo veían le echasen algo de dinero a cambio de retratarse con
él. Fue la notoriedad que adquirió el caso tras su publicación lo que logró el
compromiso del Gobierno de ofrecer tratamiento gratuito a Bajandar, cuya
familia de clase baja no podía costear las carísimas intervenciones quirúrgicas
requeridas para librarle de las verrugas. Los políticos decidieron convertirlo
en una operación de márquetin y a principios de año fue ingresado en el
Hospital Universitario de Dacca, la capital del país.
Un
consejo médico compuesto por nueve cirujanos ha decidido en cada momento qué
hacer. “Tras cinco operaciones, ya solo quedan darle unos retoques estéticos a
las extremidades y comenzar el proceso de rehabilitación”, ha comentado hoy el
director del grupo de médicos, Samanta Lal Sen. “Sus manos están todavía muy
atrofiadas por la falta de movimiento, pero debería ser capaz de recuperar
todas sus funciones en cuatro o cinco meses”, ha adelantado. Se trata de un
importante avance, ya que, en un principio, se especuló con la posibilidad de
que todo el proceso llevase en torno a un año.
La
buena noticia, además, no ha llegado sola. Otro de los médicos que ha tratado a
Bajandar, Kabir Chowdhury, ha decidido hacerle un regalo que no se esperaba:
600.000 takas (unos 7.100 euros) para que construya una casa en su poblado
natal de Paikgachha, en el distrito de Khulna. Aunque quizá no sea suficiente
para acabarla, supone una gran ayuda para una familia que, como muchas otras en
el país, no posee tierras y vive de los escuetos ingresos que el padre obtiene
como conductor de rickshaw, el triciclo motorizado que se utiliza como taxi.
“Ya he reservado tres kathas (unidad equivalente a 67 metros cuadrados) de
tierra para que podamos levantar nuestro primer hogar”, ha señalado Bajandar
con una sonrisa de oreja a oreja. “Después de acabar el tratamiento quiero
vivir como un hombre sano y abrir un negocio”, ha añadido en declaraciones al
diario Daily Star.
Pero,
aunque la de Bajandar parece una fábula con final feliz, no es más que un
espejismo en dos planos diferentes. El primero, en lo personal, porque todo
apunta a que las verrugas volverán a crecer. “Las operaciones actuales son un
tratamiento temporal. Sin conocer las causas de la enfermedad, es imposible
buscar una cura definitiva. Pero esperamos poder ir tratando las verrugas antes
de que crezcan de forma tan desmesurada, lo cual hará que la dolencia sea
crónica pero no incapacitante”, explicó Lal Sen a EL PAÍS tras la primera
operación.
El
segundo plano de este espejismo es social. El caso de Bajandar se ha utilizado
por el Gobierno como un ejemplo de los avances médicos del país y del trato
humano que ofrece a sus ciudadanos, pero su historia es una excepción en todos
los sentidos menos en uno: la vida que Bajandar llevaba hasta que se hizo famoso.
Porque Bangladesh, con una renta per cápita que roza los mil euros, no deja de
ser uno de los países más pobres del mundo en el que desesperadas historias
como la suya abundan. Él ha tenido la suerte de llamar la atención, pero muchos
otros sufren y mueren en el anonimato. De hecho, durante las visitas realizadas
por este periodista al hospital en el que estaba ingresado, quedó patente que
la mayoría del resto de pacientes esperaba tratamiento en unas condiciones
infrahumanas. Hacinados en pasillos y sin apenas atención médica, muchos
incluso se quejaron del trato de favor que Bajandar estaba recibiendo “porque
la prensa se ha interesado por él”.
Fuente: El País
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