Pagó casas y coches,
caprichos y excesos. Era incapaz de decir «no», repartía cheques como quien
arroja caramelos por la ventana, ayudaba a colegas y desconocidos y enjugaba
deudas
HOMBRE BUENO - ENTORNO NEFASTO ... COMO LA VIDA MISMA
El boxeador planificó al detalle su
funeral pero, sin embargo, algunas fuentes apuntan que no dejó testamento. El
campeón repartía hasta 64.000 dólares mensuales entre sus allegados
Ahora el nombre de Muhammad Ali
es el bramido de la orquesta, que toca solemne un réquiem, pero en el coro
hagiográfico algunos violines chillan. No es oro todo lo que relumbra en la vida
del genio. No lo es en ninguna. En su caso, las tormentas apuntan al estado de
su fortuna, que agrandó y encogió al ritmo de una fama descomunal y unas
decisiones económicas de dudosa pericia. Añadan al cóctel el lío de ex esposas
y viudas, 4, más 9 hijos, y el rumor de que no dejó un testamento. Planificó
durante años los pormenores de su grandioso funeral, pero también permitió que
un ejército de parásitos y lilas chupara de sus cuentas. Incapaz de decir «no»,
Ali llegaba a los barrios pobres como si fuera el santo advenimiento y repartía
cheques como quien arroja caramelos por la ventana, ayudaba a colegas y
desconocidos y enjugaba deudas. Según el «Daily
Telegraph», repartía hasta 64.000 mensuales entre sus allegados. Pagó casas
y coches, ropa y copas, caprichos y excesos. El maldito Parkinson,
desencadenado desde mediados de los ochenta, multiplicó el desastre.
ARAÑAR MIGAJAS
El primero en lanzar una bengala
de alarma ha sido Tim Shanahan, que el pasado mayo publicó «Running with the
champ: My forty-four year friendship with Muhammed Ali». Shanahan, visitador
médico, conoció al boxeador en 1975, en Chicago. Se hicieron inseparables. Autorizado a
penetrar en el sancta sanctorum del mito, que lo recibió con indisimulado
recelo, Shanahan descubrió horrorizado el caótico estado de sus finanzas.
Ejércitos de sablistas acudían para arañar migajas.
Asesores malintencionados o
directamente inútiles le aconsejaban invertir en negocios que a la postre
fueron ruinosos, como la línea de bebidas Mr. Champ’s Soda, o la cadena de
comida rápida, AmpBurguers, en Chicago. Shanahan recuerda que incluso cobraban
cinco dólares por mostrarle entrenando. La gota que colmó el vaso, según cuenta
Daniel Bates en el «Daily Mail», fue la desaparición de 2,5 millones de dólares
destinados a impuestos. El encargado de gestionarlos era Herbert Muhammad, hijo
del líder de la Nación del Islam, Elijah Muhammad. Ante la imposibilidad de
averiguar qué había sucedido con el dinero Shanahan convenció a Ali para que un
grupo de banqueros y abogados dirigieran sus inversiones. Después de dos años
de disciplina Ali volvió a los viejos hábitos, a gastar de forma compulsiva y
quemar patrimonio. Sus asesores, incapaces de embridar sus manirrotos impulsos,
lo abandonaron. Shanahan, convencido de que Ali descuidaba su fortuna porque se
sentía culpable de haber llegado a la cumbre y no soportaba ver cómo otros
sufrían, también especula con su necesidad de aparentar. Más que ser un
empresario, dice, le preocupaba mostrarse como tal. Incluso más revolucionario
que un negro levantando el puño enguatado de los Panteras Negras era contemplar
a uno que triunfaba como empresario.
Y, ojo, quien acuse a Shanahan de
oportunista tendrá que vérselas con Joe Frazier, campeón del mundo de los
pesados y legendario rival y amigo de Ali: «Cuando supe que Tim Shanahan estaba
escribiendo un libro sobre Muhammad Ali me emocioné, porque por primera vez que
tendríamos la oportunidad de contemplar al campeón desde la perspectiva de un
verdadero amigo (...) Tim ha elevado el término ‘‘hermano’’ a otro nivel; nadie
ha estado tan cerca del campeón». Entrevistado por «Inside Edition», Shanahan
sostiene que Ali «siempre amó el dinero y, al mismo tiempo, lo despreciaba.
Quería ganarlo, pero para después poder regalarlo». «Le preocupaba», añade, «la
situación de los pobres y de los niños hambrientos». Ali, casado en cuatro
ocasiones, con Sonji Roy en 1964, Belinda Boyd en 1967, Veronica Porché en 1977
y con Yolanda «Lonnie» Williams desde 1986 hasta su muerte, mantuvo también
varias relaciones extramatrimoniales, fruto de las cuales nacieron 2 de sus 9
hijos. Muhammad Jr., uno de los cuatro hijos que tuvo con Boyd, fue localizado
en 2014. Vivía en uno de los barrios duros de Chicago, West Englewood, junto a
su esposa y sus dos hijos.
En declaraciones al «New York Post», Jr., incapaz de
encontrar trabajo, reconoció que sobrevivía gracias a la caridad. Culpaba a su
actual esposa de la ruptura con su padre: «Abandonó mi vida en cuanto se casó
con Lonnie. Ya no hubo más viajes para verme. Una vez ella me dijo que no
podían permitirse ese lujo» . Añadía que le hubiera gustado «mantener una
relación padre-hijo antes de que enfermase, pero ahora eso es imposible.
Querría recuperar el tiempo perdido, pero ya no me rompe el corazón. Se me ha
roto tan a menudo que me he acostumbrado».
MÁNAGER DEPREDADOR
Cuando Muhammad Jr. mencionó a Elvis Presley resultaba
difícil no recordar las desventuras económicas del de Tupelo. Aconsejado por un
mánager depredador, el Coronel Parker, aceptó vender los derechos de su
cancionero. Necesitaba dinero para pagar el divorcio con Priscilla. Parker, que
se embolsó el 50%, mantenía en secreto una ludopatía difícilmente costeable.
Aunque los 20 millones recibidos parecían mucho, son una miseria comparados con
la fortuna generada por el repertorio de Elvis desde entonces. Pues bien, Ali
vendió el 80% de sus derechos de imagen. Cuando se le estima una fortuna de
aproximadamente 50 millones en realidad, según el «National Inquirer», un
diario, hablamos de la cantidad que entonces cobró. Se ignora qué ha sucedido
con el resto del patrimonio.
Si existe. Si queda algo. Si no se esfumó en el
baile de máscaras, entre los agujeros de la contabilidad alocada del boxeador
ingenuo. Lo único evidente es que la muerte del gran campeón ha servido para
enterrar los tomahawks, pero en los próximos meses podría declararse la guerra.
Sucedió antes. Por ejemplo, tras la muerte de James Brown. Cuando achica el
taconeo de aplausos, cuando enmudecen los líderes, callan los micrófonos y
apagan sus luces los últimos tuits, una vez superado el duelo, con el público y
la prensa entretenidos frente otros muertos ilustres, llegan los abogados.
Fuente: La Razón de España
No hay comentarios:
Publicar un comentario