sábado, 11 de junio de 2016

CUATRO EX ESPOSAS Y NUEVE HIJOS, A GOLPES POR LA HERENCIA DE ALI

Pagó casas y coches, caprichos y excesos. Era incapaz de decir «no», repartía cheques como quien arroja caramelos por la ventana, ayudaba a colegas y desconocidos y enjugaba deudas
HOMBRE BUENO - ENTORNO NEFASTO ... COMO LA VIDA MISMA

El boxeador planificó al detalle su funeral pero, sin embargo, algunas fuentes apuntan que no dejó testamento. El campeón repartía hasta 64.000 dólares mensuales entre sus allegados

Ahora el nombre de Muhammad Ali es el bramido de la orquesta, que toca solemne un réquiem, pero en el coro hagiográfico algunos violines chillan. No es oro todo lo que relumbra en la vida del genio. No lo es en ninguna. En su caso, las tormentas apuntan al estado de su fortuna, que agrandó y encogió al ritmo de una fama descomunal y unas decisiones económicas de dudosa pericia. Añadan al cóctel el lío de ex esposas y viudas, 4, más 9 hijos, y el rumor de que no dejó un testamento. Planificó durante años los pormenores de su grandioso funeral, pero también permitió que un ejército de parásitos y lilas chupara de sus cuentas. Incapaz de decir «no», 

Ali llegaba a los barrios pobres como si fuera el santo advenimiento y repartía cheques como quien arroja caramelos por la ventana, ayudaba a colegas y desconocidos y enjugaba deudas. Según el «Daily Telegraph», repartía hasta 64.000 mensuales entre sus allegados. Pagó casas y coches, ropa y copas, caprichos y excesos. El maldito Parkinson, desencadenado desde mediados de los ochenta, multiplicó el desastre.

ARAÑAR MIGAJAS

El primero en lanzar una bengala de alarma ha sido Tim Shanahan, que el pasado mayo publicó «Running with the champ: My forty-four year friendship with Muhammed Ali». Shanahan, visitador médico, conoció al boxeador en 1975, en Chicago.  Se hicieron inseparables. Autorizado a penetrar en el sancta sanctorum del mito, que lo recibió con indisimulado recelo, Shanahan descubrió horrorizado el caótico estado de sus finanzas. Ejércitos de sablistas acudían para arañar migajas. 

Asesores malintencionados o directamente inútiles le aconsejaban invertir en negocios que a la postre fueron ruinosos, como la línea de bebidas Mr. Champ’s Soda, o la cadena de comida rápida, AmpBurguers, en Chicago. Shanahan recuerda que incluso cobraban cinco dólares por mostrarle entrenando. La gota que colmó el vaso, según cuenta Daniel Bates en el «Daily Mail», fue la desaparición de 2,5 millones de dólares destinados a impuestos. El encargado de gestionarlos era Herbert Muhammad, hijo del líder de la Nación del Islam, Elijah Muhammad. Ante la imposibilidad de averiguar qué había sucedido con el dinero Shanahan convenció a Ali para que un grupo de banqueros y abogados dirigieran sus inversiones. Después de dos años de disciplina Ali volvió a los viejos hábitos, a gastar de forma compulsiva y quemar patrimonio. Sus asesores, incapaces de embridar sus manirrotos impulsos, lo abandonaron. Shanahan, convencido de que Ali descuidaba su fortuna porque se sentía culpable de haber llegado a la cumbre y no soportaba ver cómo otros sufrían, también especula con su necesidad de aparentar. Más que ser un empresario, dice, le preocupaba mostrarse como tal. Incluso más revolucionario que un negro levantando el puño enguatado de los Panteras Negras era contemplar a uno que triunfaba como empresario.

Y, ojo, quien acuse a Shanahan de oportunista tendrá que vérselas con Joe Frazier, campeón del mundo de los pesados y legendario rival y amigo de Ali: «Cuando supe que Tim Shanahan estaba escribiendo un libro sobre Muhammad Ali me emocioné, porque por primera vez que tendríamos la oportunidad de contemplar al campeón desde la perspectiva de un verdadero amigo (...) Tim ha elevado el término ‘‘hermano’’ a otro nivel; nadie ha estado tan cerca del campeón». Entrevistado por «Inside Edition», Shanahan sostiene que Ali «siempre amó el dinero y, al mismo tiempo, lo despreciaba. Quería ganarlo, pero para después poder regalarlo». «Le preocupaba», añade, «la situación de los pobres y de los niños hambrientos». Ali, casado en cuatro ocasiones, con Sonji Roy en 1964, Belinda Boyd en 1967, Veronica Porché en 1977 y con Yolanda «Lonnie» Williams desde 1986 hasta su muerte, mantuvo también varias relaciones extramatrimoniales, fruto de las cuales nacieron 2 de sus 9 hijos. Muhammad Jr., uno de los cuatro hijos que tuvo con Boyd, fue localizado en 2014. Vivía en uno de los barrios duros de Chicago, West Englewood, junto a su esposa y sus dos hijos. 

En declaraciones al «New York Post», Jr., incapaz de encontrar trabajo, reconoció que sobrevivía gracias a la caridad. Culpaba a su actual esposa de la ruptura con su padre: «Abandonó mi vida en cuanto se casó con Lonnie. Ya no hubo más viajes para verme. Una vez ella me dijo que no podían permitirse ese lujo» . Añadía que le hubiera gustado «mantener una relación padre-hijo antes de que enfermase, pero ahora eso es imposible. Querría recuperar el tiempo perdido, pero ya no me rompe el corazón. Se me ha roto tan a menudo que me he acostumbrado».

MÁNAGER DEPREDADOR

Cuando Muhammad Jr. mencionó a Elvis Presley resultaba difícil no recordar las desventuras económicas del de Tupelo. Aconsejado por un mánager depredador, el Coronel Parker, aceptó vender los derechos de su cancionero. Necesitaba dinero para pagar el divorcio con Priscilla. Parker, que se embolsó el 50%, mantenía en secreto una ludopatía difícilmente costeable. Aunque los 20 millones recibidos parecían mucho, son una miseria comparados con la fortuna generada por el repertorio de Elvis desde entonces. Pues bien, Ali vendió el 80% de sus derechos de imagen. Cuando se le estima una fortuna de aproximadamente 50 millones en realidad, según el «National Inquirer», un diario, hablamos de la cantidad que entonces cobró. Se ignora qué ha sucedido con el resto del patrimonio. 
Si existe. Si queda algo. Si no se esfumó en el baile de máscaras, entre los agujeros de la contabilidad alocada del boxeador ingenuo. Lo único evidente es que la muerte del gran campeón ha servido para enterrar los tomahawks, pero en los próximos meses podría declararse la guerra. Sucedió antes. Por ejemplo, tras la muerte de James Brown. Cuando achica el taconeo de aplausos, cuando enmudecen los líderes, callan los micrófonos y apagan sus luces los últimos tuits, una vez superado el duelo, con el público y la prensa entretenidos frente otros muertos ilustres, llegan los abogados.

Fuente: La Razón de España

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